jueves, 18 de noviembre de 2010

LO DE CANTINFLAS VA EN SERIO

LO DE CANTINFLAS VA EN SERIO

            “Si venimos a este mundo a ser infelices, pues mejor nos devolvemos”, dijo Cantinflas. Y en medio de lo que aparenta ser humor o habladuría se esconde una inquietud sociológica: el destino del ser humano sobre la tierra. Porque el lenguaje de Cantinflas tiene más de lo que parece mostrar. El juego de palabras, el enredo verbal es una propuesta premeditada, una especie de texto previo. Descifrar lo que hay en el sub-texto es la tarea. Lo de “cantiflada” es casi insulso. Es la forma rápida y fácil de salirse del engranaje que subyace en el follaje oral de Mario Moreno, ídolo de multitudes en el mapa latinoamericano.
            El lenguaje enrevesado es cuestionamiento y defensa. Enreda al contrario y esa es la manera idónea de criticarlo, de ubicarlo en el puesto que se merece, o de desubicarlo, o de ridiculizarlo. En fin, de ganarle el pleito. Frente al poder establecido (llámese truhán, alcalde o terrateniente); Cantinflas echa mano de ese lenguaje de apariencia alocutada; y al usarlo desata un mecanismo capaz de emparejar las cargas. Si él no le puede ganar al poderoso en su propio terreno (pues el poderoso posee una infraestructura que lo protege: matones o subalternos), lo lleva entonces a los predios de un lenguaje que parece incoherente y sorpresivo, casi siempre chistoso o de doble intención, pero que para Cantinflas representa una especie de contrapoder. Su primera batalla la libra en los terrenos del lenguaje; de ese enunciado que parece un contralenguaje, palabras para confundir y para instalar una forma de misterio o de poder.
            Así, el maloso parpadea, se siente enredado, percibe que lo está llevando a una geografía oral en donde las garras se le atascan y la fuerza se le debilita. En El fotógrafo, Cantinflas le va a tomar una placa a un senador, y se desarrolla este breve diálogo: “A ver, déjeme arreglar la chaqueta”, dice el político. Responde Cantinflas: “De todos modos no se le quita lo sospechoso”. La crítica es feroz, no hay duda. Algo similar plantea en “El analfabeto” cuando le toca enfrentar a un alto ejecutivo: “Me extraña que siendo usted gerente de banco conozca la honradez”. O cuando lleva detenida a la manada de ladrones, y la policía, al no saberlo, trata de impedirles el paso: “... déjelos pasar que son senadores de la República”. La comparación, por excepción, puede resultar injusta, pero sin rodeos es demoledora.
            Dentro del torrente verbal de Cantinflas, ya sea al final, al principio o mitad de la frase, se infiltra el veneno, la ironía, el sarcasmo, o el acoso al contradictor. Pero no todo es verborrea o ese tren apabullante de palabras. En ocasiones salta de la hojarasca que paraliza y atonta a la certeza expresada en lenguaje simple y de cuerpo entero. Pues en Cantinflas, la verdad a veces va directa, a veces se encubre, pero siempre se dice. Cuando quiere decir sin decir, acude al sistema que utilizó en 1929 cuando llegó donde el gerente de Follies, de México, en busca de trabajo, y espetó: “¿Qué hay, colega? ¿Nada? Entonces ¿por qué me pregunta? ¿Lo que decía, no? Pues, entonces, contráteme, verdad... el patrón de oro, viejo, porque si usted es el patrón, claro, lo que le venía diciendo, ¿verdad, Chato? Voto por usted, gracias viejo. Adiós, chino...” entre tanto ramaje le está diciendo politiquero y le está ofreciendo su voto si le da el empleo. Cualquier coincidencia es exacta realidad.
            Al lado de lo oral existe en Cantinflas otra semiótica: el lenguaje del rostro: bigotes, labios y ojos. El manejo facial, en Mario Moreno Reyes, muchas veces reemplaza la palabra. Ya sea que utilice, aislada o colectivamente, esa línea fina cortada con chapucería y burla que llaman bigote; esos globos que revolotean al antojo de la alegría o la tristeza; esa cremallera de carne que a veces frunce en la melancolía o extiende en la felicidad o en el sarao. Un movimiento de su bigote dictamina una actitud. Un rapto de los ojos manifiesta una sorpresa o un anonadamiento. Y esto sin anexar ese tono afalsetado de la voz que semeja una flauta afinada con piedras cuando se torna llorón o melancólico, pese a que él trate de acomodarlo: “Los hombres no lloran... lo que pasa es que el cambio de clima creo que me dio catarro”, como explica en “El bolero de Raquel”.
            Por otra parte, no debe olvidarse que en todas sus películas Cantinflas muestra una especial predilección por el hecho educativo. Esta constante debería llevarlo a ser valorado y estudiado por las personas y las entidades que tengan que ver con la orientación pedagógica de los pueblos latinoamericanos. Fue un propagador de la necesidad de la educación como factor no sólo de desarrollo colectivo sino de liberación y progreso individual. Para Cantinflas la educación era dignidad, arma moral para defenderse de la infamia del enemigo (“Puede que no sepa leer ni escribir, pero bien que me explotan”: “El analfabeto”). En el filme “El profe”, para citar un solo ejemplo, le choque con el terrateniente es definitivo y claro. Cantinflas por la escuela; el latifundista, contra la escuela.
            Bosque iracundo y desconcertante en el lenguaje, postura a favor de los necesitados, pantaloncito de parches en el nacimiento de las nalgas. Cantinflas no es sólo relajo, humor, demagogia de cinematógrafo, idolito del vulgo. Es mucho más. Sus películas, que deben ser vistas y repetidas por todos los latinoamericanos, son una propuesta de mayor profundidad. Darles una lectura de más amplio alcance es la tarea que se impone. Pues lo de Cantinflas, pese a la risa, va en serio.                 
Junio de 1993

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